Democracia de audiencias (Manin)

«Para no morir de hambre en el arte». Colectivo de Acciones de Arte (CADA). Museo Nacional Reina Sofía. Imagen reproducida para uso académico

Por Antón R. Castromil / Contacto

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¡Ojo! El siguiente texto puede contener extractos literales de la obra de Bernad Manin. Queda citada por adelantado la obra de la que procede: Los principios del gobierno representativo. En esta web estamos en contra de la piratería y de la citación anónima.

En la democracia de audiencia las personas votan de modo distinto de una elección a otra dependiendo de la persona particular que compita por su voto. Es decir, los votantes tienden a votar más al candidato que al partido al que pertenece. Pero esta vuelta al candidato no es una vuelta al parlamentarismo originario.

Los partidos siguen desempeñando un papel fundamental, sobre todo a la hora de otorgar recursos organizativos a sus candidatos, pero tienden ahora a convertirse en instrumentos al servicio del líder.

Comunicación pseudo directa

El principal cambio con la democracia de partidos es que en las democracias de audiencia los candidatos pueden, mediante la radio y la televisión, volver a comunicarse directamente con sus electores sin la mediación de la red de los partidos.

La televisión realza y refuerza la individualidad de los candidatos: los candidatos exitosos serán aquellos que dominan el medio televisivo convirtiéndose en una suerte de “personajes mediáticos”.

Lo que en la actualidad está cambiando no es la democracia representativa en sí, sino el tipo de elites seleccionadas para ocupar cargos públicos.

La democracia representativa conserva el carácter elitista que siempre ha tenido pero ahora las elites dominantes no proceden de la burocracia de los partidos (burócratas y activistas) sino que es una nueve elite de expertos en comunicación o expertos en medios.

Desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) el mundo se ha vuelto más complejo (intervienen un número casi incontrolado de factores en las labores de gobierno) por lo que los representantes no suelen inclinarse por el cumplimiento de programas electorales cerrados y detallados, ya que los acontecimientos a los que los gobiernos deben dar respuesta son cada vez más dinámicos.

Más que por identificación y convicción ideológica, los candidatos hoy encuentran apoyos por la confianza personal (o desconfianza) que logran entre el electorado.

Sin embargo, esta mayor discrecionalidad de los representantes no implica en modo alguno irresponsabilidad en el desempeño de las labores de gobierno, ya que los votantes (faltaría más) siguen conservando el poder de despedir a los representantes cuyo historial encuentren insatisfactorio (voto retrospectivo de castigo al incumbent).

Voto cambiante

En las democracias de audiencias, los ciudadanos suelen votar diferente en elecciones generales, regionales y locales lo que sugiere que la decisión de voto depende de las percepciones que se tengan sobre lo que está en juego en cada elección, más que por las características socioeconómicas y culturales del propio votante. Predomina la dimensión reactiva del voto.

Los candidatos no saben por adelantado qué principio divisorio (clase social, etnia, origen…) será el más eficaz, pero tienen interés en buscarlo.

En comparación con la democracia de partidos, aumenta la autonomía de los políticos, pero al mismo tiempo estos políticos tienen que estar identificando todo el tiempo qué divisiones más apropiadas han de explotar.

Sin embargo, como las divisiones más eficaces políticamente son las que se corresponden con las preocupaciones del electorado, el proceso tiende a producir una convergencia entre los términos de la opción electoral y las divisiones entre el público.

En la política actual, los representantes son personas que toman la iniciativa a la hora de proponer una línea de división. Tratan de identificar divisiones en el electorado y trasladan algunas de ellas al escenario público.

Es decir, presentan al conocimiento público esta u otra división social, llamando la atención sobre una fractura social que antes no era aparente. Los representantes ya no son altavoces sino que son actores que seleccionan y exponen divisiones.

El factor principal que hace que los representantes sean elegidos en las democracias de audiencia es la imagen. En este sentido, podemos definir las campañas electorales como un proceso de careo, de imágenes en competencia.

Los medios de comunicación en las democracias de audiencia no están vinculados estructuralmente con los partidos políticos (no son “prensa de partido” en sentido estricto). Sin embargo, estos medios pueden manifestar –y de hecho así lo hacen– sus preferencias políticas de una mera más o menos clara.

También hay que destacar que la percepción actual de los asuntos y temas públicos es en la actualidad menos homogénea o menos dependiente de las preferencias partidistas de lo que lo era en el caso de la democracia de partidos.

Las personas pueden adoptar posiciones divergentes sobre un determinado tema pero la fractura resultante de la opinión pública no tiene por qué coincidir necesariamente con las fracturas electorales. Vuelve así un rasgo desaparecido con la democracia de partidos: la expresión electoral y la no electoral del pueblo sobre cuestiones del día puede no coincidir.

Referencias

– Manin, B. (1998): Los principios del gobierno representativo. Madrid. Alianza.

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