La función de publicidad y control (Castromil)

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Por Antón R. Castromil / Contacto

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¡Ojo! El siguiente texto es un extracto de mi obra Ciencia política para periodistas. Puedes leer un artículo sobre ella aquí. En esta web estamos en contra de la piratería y de la citación anónima.

Elecciones y campañas van de la mano. Desde que existen elecciones ha sido necesario abrir un período de reflexión previo a la emisión del sufragio. Las campañas forman parte, por lo tanto, del núcleo duro de la democracia al situarse en el momento previo a la emergencia de la figura del representante, elemento sobre el que pivota todo el andamiaje democrático-representativo que hemos estudiado en los capítulos I y II.

Para que ello sea posible las campañas deben funcionar tanto como un elemento de publicidad como de control (Martínez i Coma, 2008: 4 y ss). El principio de publicidad entiende la campaña y los flujos comunicativos que en ella tienen lugar como la materia prima a partir de la cual los ciudadanos eligen a sus representantes. Si las elecciones seleccionan gobiernos (Fraile, 2005; Vallés y Bosch, 1997), la información de campaña se vuelve fundamental para este objetivo.

El control que llevan a cabo las campañas electorales toma, a su vez, dos caminos diferentes. El primero de ellos tiene que ver con el marcaje al que los ciudadanos pueden someter a sus representantes y, el segundo, toma la dirección inversa. De arriba abajo, esto es, de la clase política hacia la ciudadanía. Veámoslo más despacio.

Cuando los ciudadanos votan a un partido o candidato teniendo en cuenta, por ejemplo, una promesa electoral ofrecida en la campaña, siempre tienen la opción, si así lo desean, de comprobar su grado de cumplimiento una vez finalizada la legislatura. Es la cuestión del voto prospectivo o voto conforme a promesas de campaña (Maravall, 2013) y del voto retrospectivo o voto que controla el grado de cumplimiento de tales promesas (Przeworski, Stokes y Manin, 1999).

Como tratábamos en el capítulo anterior, el voto como control de la ciudadanía hacia los representantes se presenta de manera mucho más nítida cuando los electores adoptan una base temporal retrospectiva a la hora de construir su decisión electoral. En este sentido, lo dicho en campaña –aunque no conforma un contrato vinculante, como ya hemos visto a la hora de estudiar el mandato representativo– sí que supone el inicio de una relación representante-representado en la que este último puede exigir responsabilidades por gestiones pasadas.

Cierto es que las elites partidistas pueden cumplir o no lo prometido en campaña pero, de igual modo, los ciudadanos disponen también de la posibilidad de expulsar del gobierno a esos representantes que han faltado a sus compromisos. Es decir, la base temporal prospectiva –el voto conforme a lo prometido en campaña–, gracias al carácter periódico de las elecciones puede y suele volverse retrospectiva, ejerciendo entonces una importante capacidad de control hacia los representantes.

A su vez, si nuestros representantes intuyen que una parte importante del electorado podría estar pensando en llevar a cabo este tipo de movimientos de evaluación en las próximas elecciones, entonces, tendrán bastantes incentivos para adaptarse a sus deseos.

Para ser receptivos a las demandas ciudadanas que se van planteando a lo largo de la legislatura pero, especialmente, cuando los mandatos van llegando a su fin, que es cuando la conexión entre gestión y elecciones resulta más evidente. Analizaremos algo más en detalle este tipo de argumentaciones racionales de electorados y gobiernos en el capítulo siguiente.

En general, se considera que los representantes que buscan su reelección tienen interés en poner en manos de la ciudadanía un cierto grado de control sobre sus acciones, ya que ello genera confianza y aumenta sus posibilidades (Ferejhon, 1999: 150-151). Otros autores (Fearon, 1999: 69) ponen el acento no tanto en la rendición de cuentas, sino en el hecho de que las elecciones y la campaña previa sirven, básicamente, para seleccionar buenos gobernantes. Pero, desde luego, el criterio retrospectivo sigue siendo aquí un elemento muy importante para hacerlo.

Campaña y control de arriba abajo

El control, como anunciábamos hace un momento, también se puede ejercer de arriba abajo. Los representantes suelen aspirar a cambiar las percepciones de los ciudadanos sobre los más variados temas. El escenario elegido para tal fin suele ser la campaña electoral. Como sostienen Jackobs y Shapiro (2000), los políticos, en vez de adaptarse a los deseos de sus electorados, persiguen, sobre todo, sus propios objetivos.

Y al hacerlo, acuden a la persuasión para ganar el favor popular, evitando así posibles castigos electorales. En este sentido, la influencia ciudadana sobre las decisiones políticas desciende, mientras que la independencia de los representantes amplía sensiblemente sus márgenes de actuación, persuasión y manipulación.

Las élites políticas, para estos autores, se están convirtiendo en auténticos expertos en evasión de responsabilidades y en el fomento de la desconexión entre sus intereses y los de sus representados.

Como puede observarse en este caso, la función de control de las campañas electorales opera efectivamente de arriba abajo, desde las elites partidistas hacia los ciudadanos. Dicho en términos de teoría de la comunicación: Las campañas también sirven para que la agenda política influya y colonice las agendas ciudadanas.

Sin embargo, podemos pensar en la existencia de elementos que suavizan esta visión tan pesimista de las campañas electorales. Cuestiones como la pluralidad informativa y, sobre todo, la libertad de competencia de elites por el poder (Aldrich, 2012; Fearon, 1999) podrían operar en sentido contrario al descrito por Jackobs y Shapiro (2000), tendiendo así el sistema hacia el “buen gobierno”.

Parece evidente que buena parte de la comunicación política que recibimos los ciudadanos procedentes de la clase política, ya sea en período de campaña electoral o entre elecciones, no sólo informa de lo que se está haciendo (gobierno) o hacia lo que se está oponiendo (oposición). Sería demasiado ingenuo.

Las elites partidistas y sus apoyos mediáticos aspiran, también y, sobre todo, a mover a la opinión pública hacia sus puntos de vista. No se entiende a la ciudadanía como ente un estático, ante cuyos puntos de vista sólo cabe la adaptación. Más bien, los representantes y sus equipos de comunicación la conciben como portadora de opiniones maleables.

Tal y como en el siglo XVI establecía Maquiavelo (1999), la gestión de las opiniones debe ocupar un lugar destacado en las preocupaciones del príncipe, ya que resulta clave para mantener e incrementar el poder. Todo gobernante tiene siempre la necesidad de vivir con el pueblo, no ser abandonado por él y no tenerlo nunca en su contra.

Para proteger el estado, conservar el poder y mantener buenas relaciones con el pueblo, el príncipe necesita de la buena imagen y de toda una técnica de relaciones públicas que utilizará o modificará según sus conveniencias (Ibíd.). Pero Maquiavelo sostiene, muy en la línea del control de arriba abajo que estamos tratando aquí, que la opinión de los súbditos resulta modificable, sensible a la fuerza y fácil de engañar.

Desde luego, tiempo ha pasado desde que se propusieron estas ideas. Su actualidad y vigencia quedan fuera de toda duda, pero, al mismo tiempo, parece evidente pensar que los sujetos de las opiniones han cambiado con el transcurrir de los siglos.

Los ciudadanos de las democracias actuales (2016) disponen de una experiencia política y nivel de instrucción muy superior a los súbditos de los príncipes en el Renacimiento, de manera que la relación de arriba abajo se ve, a la fuerza, modificada. En la actualidad, la clase política no renuncia a ejercer un cierto control sobre la ciudadanía –tal y como Jacobs y Shapiro (2000) enfatizaban– pero tal control ni resulta total ni deja de estar sujeto a riesgos.

La imposición de la agenda de los políticos se topa, en este sentido, con una serie de impedimentos, a veces, muy importantes. Los representantes y sus equipos asesores serán los que, dependiendo de cada lugar y circunstancia, decidan si merece la pena o no tomar ciertos riesgos. Si los beneficios esperados superan a los posibles costes. Los apriorismos de los ciudadanos (ideología o clase social, por ejemplo), la acción de la comunicación política de la oposición y la experiencia previa de los ciudadanos, entre otras cuestiones, constituyen los principales elementos que limitan la capacidad de control de los representantes en una campaña electoral.

Referencias

– Aldrich, J. H. (2012): ¿Por qué los partidos políticos? Una segunda mirada. Madrid. CIS.

– Fearon, J. (1999): “Electoral Accountability and the Control of Politicians: Selecting Good Types versus Sanctioning Poor Performance” en Przeworski, A. Stokes, S. y Manin, B. (Eds): Democracy, Accountability and Representation. Cambridge. Cambridge University Press.

– Ferejhon, J. (1999): “Incumbent Performance and Electoral Control” in Przeworski, A. Stokes, S. y Manin, B. (1999): Democracy, Accountability and Representation. Cambridge. Cambridge University Press.

– Fraile, M. (2005): Cuando la economía entra en las urnas. El voto económico en España (1979-1996). Madrid. CIS.

– Jacobs, L. R. y Shapiro, R. Y. (2000): Politicians Don’t Pander. Political Manipulation and the Loss of Democratic Responsiveness. Chicago. The University of Chicago Press.

– Maravall, J. M. (2013): Las promesas políticas. Barcelona. Galaxia Gutenberg.

– Martínez i Coma, F. (2008): ¿Por qué importan las campañas electorales? Madrid. CIS.

– Maquiavelo, N. de (1999. V. O. 1513): El príncipe. Ediciones Elaleph.

– Przeworski, A. Stokes, S. y Manin, B. (1999) (Eds.): Democracy, Accountability and Representation. Cambridge. Cambridge University Press.

– Vallès, J. M. y Bosch, A. (1997): Sistemas electorales y gobierno representativo. Barcelona. Ariel.

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