Pseudo entorno y estereotipos (Lippmann)

Mi copia del clásico de los clásicos en opinión pública. Imagen bajo licencia Creative Commons

Por Antón R. Castromil / Contacto

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¡Ojo! El siguiente texto puede contener extractos literales de la obra de Walter Lippmann que se cita al final del artículo. En esta web estamos en contra de la piratería y de la citación anónima.

Walter Lippmann puede ser considerado como el padre de la idea del establecimiento de la agenda por parte de los medios de comunicación. Como hemos visto en otro artículo en esta misma Unidad Docente, Lippmann trabajó también el tema del gobierno de la opinión pública.

Los medios informativos abren ventanas hacia ese extenso mundo que queda más allá de nuestra experiencia directa y que determinan los mapas cognitivos que nos hacemos de ese mundo.

La opinión pública responde, para Lippmann, no al entorno real que la rodea sino a un pseudo entorno construido por los medios de comunicación.

Lippmann sostiene que, como ciudadanos, disponemos de un conocimiento indirecto del entorno en el que vivimos.

El pseudo entorno es, por lo tanto, una visión del mundo (diferente a “el mundo”) que habita en nuestra mente y que es siempre incompleta frente a la realidad. Y con frecuencia es también inexacta.

Nuestro comportamiento puede entenderse, además, como una respuesta a ese pseudo entorno y no al entorno real.

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Concepto clave: los estereotipos

Lippmann se pregunta por el modo en que los ciudadanos adquieren la información que necesitan para efectuar juicios políticos racionales.

La prensa es una de las fuentes para hacerlo, aunque su información resulta muy incompleta y estereotipada.

Los periodistas, de forma intencionada o no, expresan sus perspectivas y prejuicios, en vez de mantenerse fieles a los hechos.

Sin embargo, existe un problema que va más allá del hecho de que los periodistas sean ecuánimes y el gobierno no realice censura. Es el problema de la manera en que el propio público se forma sus juicios.

Lippmann recurre aquí al concepto de estereotipo, que son ideas preconcebidas que proceden de la cultura en la que vivimos. Es el hecho de que los propios hechos están sujetos a interpretaciones.

Vivimos, para Lippmann en un mundo mitad verdadero, mitad artificial. Construido a partir de lo que los otros nos cuentan.

El propio concepto de construcción de la actualidad a partir de la transferencia de la importancia de temas de la agenda mediática a la pública así lo acredita.

El ciudadano medio, como no conoce directamente los acontecimientos nacionales e internacionales acerca de lo que lee, se limita a acumular experiencias de segunda meno vistas a través de interpretaciones de terceros.

Se nos insta constantemente a que nos formemos una opinión sobre cuestiones de las que carecemos de experiencia directa y que ni siquiera comprendemos plenamente.

El mundo exterior resulta excesivamente complejo para el entendimiento de los ciudadanos. Quizá por ello una de las labores más importantes de los medios, como estamos viendo, es la función de orientación a través de la fijación de la agenda.

Pero, aun así, dirá Lippmann, no resulta posible que los ciudadanos se formen una opinión sobre todos y cada uno de los temas que se debaten.

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Imagen de Luis Alonso Ramírez bajo licencia Creative Commons

Características de los estereotipos

La mayor parte de los ciudadanos manifiestan un interés más bien escaso y dedican más bien poco tiempo a informarse de los principales temas de debate público.

Cada uno de nosotros vivimos y trabajamos en una porción mínima de la superficie terrestre, nos movemos dentro de un pequeño círculo de amistades y sólo con un número aún más pequeño de personas alcanzamos cierto grado de intimidad.

De los acontecimientos públicos más trascendentales sólo nos llega, en el mejor de los casos, una frase o un aspecto.

Sin embargo, nuestras opiniones abarcan más espacio, tiempo y cosas de las que podemos observar directamente.

Por ello, nuestras opiniones son la reconstrucción de lo que otros han narrado y nosotros nos hemos imaginado.

Los testimonios son el producto de la acción conjunta del que sabe y lo sabido, y en ellos el papel del observador es siempre selectivo y, por norma general, creativo.

Los hechos vistos dependen de nuestra situación y de los hábitos de nuestra mirada.

Debido al número casi infinito de formas que asumen los objetos y a nuestra falta de sensibilidad y de atención, las cosas apenas tendrían para nosotros rasgos y contornos determinados y nítidos para que pudiésemos evocarlos a voluntad, de no ser porque el arte nos ha prestado formas estereotipadas.

La verdad es aún más amplia, ya que dichas formas estereotipadas que el mundo ha recibido en préstamo no proceden sólo del arte (pintura, escultura, literatura…) sino también de nuestros códigos morales, filosóficos, sociales y agitaciones políticas.

Si admitimos que no podemos entender plenamente el comportamiento de otras personas hasta que hayamos averiguado lo que creen saber, no sólo tendremos que evaluar la información de la que disponen.

Para ser justos también deberemos tener en consideración la mentalidad a través de la cual hayan filtrado dicha información.

De este modo no cabe duda, dice Lippmann, de que las escenas que transcurren en el mundo exterior y la mentalidad con la que las observamos están unidas por una estrecha relación.

Los estereotipos, así, pueden entenderse como una forma de economizar.

Si siempre empleásemos una mirada inocente y minuciosa, en vez de verlo todo en forma de estereotipos y generalidades, nos agotaríamos.

La vida moderna resulta variopinta y apresurada, y por encima de todo, la distancia física separa a hombres que a menudo están en contacto vital entre sí, como patronos y empleados, gobernantes y gobernados.

Carecemos de tiempo y ocasiones para conocer íntimamente a los demás, por lo que, en su lugar, nos limitamos a detectar rasgos característicos de ciertos prototipos que nos resultan de sobra conocidos y a completar el resto de la imagen echando mano de estereotipos que pueblan nuestra mente.

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Imagen de Daniel Lobo bajo licencia Creative Commons

Estereotipos e influencia política

Las influencias más sutiles y dominantes son las que logran crear y mantener repertorios de estereotipos.

Por una parte, oímos hablar del mundo antes de verlo y, por otra, imaginamos la mayor parte de las cosas antes de experimentarlas.

Como resultado, todas estas ideas preconcebidas gobernarán nuestro proceso de percepción, a menos que la educación nos haga conscientes de la existencia de estos procesos reductores.

Dichas ideas clasifican los objetos en familiares o extraños y al hacerlo enfatizan las diferencias existentes entre ellos, de modo que tomamos como muy familiares cosas que sólo lo son ligeramente y a la inversa.

Lo verdaderamente importante es el carácter de los estereotipos y el grado de credulidad con el que los utilizamos.

Estos factores dependen, a su vez, de los patrones inclusivos que constituyen nuestra filosofía de vida.

Cuando nos referimos a la mentalidad de un grupo de personas (a los franceses, a los gitanos, a los homosexuales) nos exponemos a sufrir graves confusiones, dice Lippmann.

A menos que previamente hayamos decidido aislar nuestras dotes instintivas de los estereotipos, modelos y fórmulas que tan decisivo papel desempeñan en la construcción de los mundos mentales.

Los fracasos en dicha separación están detrás de las ideas de la existencia de mentalidades colectivas, almas nacionales y psicologías raciales en “cantidad suficiente para llenar un océano entero”, sostiene Lippmann.

Estos estereotipos se transmiten en cada generación de padres a hijos de forma tan autoritaria y coherente que casi parece un factor biológico.

Los estereotipos como mecanismo de defensa

Existe otra razón además de la economía y el ahorro de esfuerzos, sostiene Lippmann, que explica por qué en algunas ocasiones optamos por apoyarnos firmemente en los estereotipos.

Y ello a pesar de que podríamos aspirar a poner en práctica una visión más imparcial de las cosas.

Los estereotipos bien pudieran ser el núcleo de nuestra tradición personal, es decir, el sistema defensivo de nuestra posición en la sociedad.

Los estereotipos son una imagen ordenada y más o menos coherente del mundo a la que nuestros hábitos, gustos, capacidades, consuelos y esperanzas se han adaptado.

Puede que no formen una imagen completa, pero son la imagen de un mundo posible al que nos hemos adaptado.

En este mundo nuestro las personas y las cosas ocupan un lugar inequívoco y su comportamiento responde a lo que esperamos de ellos.

Por otro lado, esta previsibilidad que nos ofrecen los estereotipos hace que nos sintamos como en casa, porque pertenecemos al mundo, somos miembros de pleno derecho y sabemos cómo movernos en él.

En este mundo encontramos el encanto de lo que nos resulta familiar, normal, fiable y sus contornos y fronteras siempre están donde podemos encontrarlas.

No debe sorprender, asegura Lippmann, que cualquier alteración de nuestros estereotipos nos parezca un ataque contra los mismos pilares del universo.

La existencia de un mundo en el que los que veneramos son indignos y los que despreciamos nobles nos volvería locos.

Ningún sistema de estereotipos es neutral, de ahí su utilidad.

Referencias

– Lippmann, W. (2003. V. O. 1922): La opinión pública. Madrid. Langre.

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