Legitimidad y democracia (Lipset)

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Por Antón R. Castromil / Contacto

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¡Ojo! El siguiente texto puede contener extractos literales de la obra de Seymour Lipset que se cita al final del artículo. En esta web estamos en contra de la piratería y de la citación anónima.

Lipset sostiene que en el mundo moderno el desarrollo económico que implica la industrialización, la urbanización, la instrucción elevada y el aumento sostenido del nivel de renta general de la población son condiciones básicas para que la democracia se sostenga. Son un indicio de la eficacia del sistema.

Pero la estabilidad de un sistema democrático no depende sólo de su eficacia en la modernización sino también de la eficacia y legitimidad del sistema político. Por eficacia entendemos la actuación concreta de un sistema político, es decir, en qué medida cumple sus funciones básicas de gobierno.

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La eficacia de un sistema político democrático se caracteriza por una burocracia eficiente y un sistema de toma de decisiones capaz de resolver problemas políticos.

La legitimidad, en cambio, implica la capacidad de un sistema político para generar y mantener la convicción de que las instituciones políticas existentes son las más convenientes y apropiadas para la sociedad.

El nivel de legitimidad de los sistemas políticos democráticos depende, en gran medida, de los medios con que se hayan resuelto los temas clave que han dividido históricamente a esa sociedad.

El grado de legitimidad de un sistema democrático puede influir en la capacidad de éste para superar la crisis de eficacia, como es el caso de las crisis económicas o las guerras perdidas.

El grado de legitimidad de un sistema democrático puede indicar por qué medios las distintas soluciones dadas a las divisiones históricas básicas fortalecen o debilitan al propio sistema.

Una crisis de legitimidad es una crisis de cambio que afecta a la estabilidad de un sistema democrático. Se puede proponer la hipótesis de que las crisis de legitimidad se producen en una transición hacia una estructura social nueva si

1) No se asegura a los principales grupos sociales su acceso al sistema político desde el principio.

2) El estatus de las instituciones conservadoras está amenazado durante el período de cambio estructural.

Una vez establecida una estructura social nueva, si el nuevo sistema no es capaz de satisfacer las expectativas de los grupos sociales más importantes durante un período extenso de tiempo, puede surgir una nueva crisis.

La democracia parece estar más segura si el estatus y símbolos de los grupos conservadores importantes no resultan amenazados durante este período de transición, aunque pierdan la mayor parte de su poder.

 Eficacia
+
Legitimidad+AB
CD

Las sociedades que se encuentran en la casilla A, las que ocupan un puesto elevado en las escalas de legitimidad y eficacia tendrán, sin duda, sistemas políticos estables.

Los regímenes ineficaces e ilegítimos, los de la casilla D, han de ser, por definición, inestables y propensos a desmoronarse, a menos que se trate de dictaduras que se mantengan por la fuerza con éxito.

Lipset sostiene que los países que pasaron de A a B se mantuvieron democráticos, mientras que los sistemas políticos que pasaron de C a D se desmoronaron.

Situaciones en las que la legitimidad o la eficacia son elevadas, mientras la otra es baja, demuestran la utilidad de este tipo de análisis. En una perspectiva a corto plazo un sistema sumamente eficaz pero ilegítimo, como una colonia bien gobernada por ejemplo, es más inestable que los regímenes con una eficacia relativamente baja y mucha legitimidad.

Por otro lado, Lipset sostiene que los países que se han adaptado con más éxito a las exigencias de un sistema industrial son las que tienen menos tensiones políticas internas y o bien preservan su legitimidad tradicional (monarquía, por ejemplo) o establecen nuevos símbolos fuertes de legitimidad.

Para Lipset la supervivencia de las nuevas democracias (Asia, África) depende, en gran medida, de su capacidad para mantener un período prolongado de eficacia, de que sean capaces de satisfacer las necesidades más directas de sus ciudadanos.

Legitimidad y división

La eficacia prolongada del sistema como un todo puede llegar a legitimar el sistema político democrático (EEUU, Suiza). Pero en toda democracia existe la amenaza constante e intrínseca de que los conflictos entre los distintos grupos puedan cristalizar hasta correr el peligro de una desintegración social.

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Por lo tanto, además de la eficacia, entre los requisitos clave de un sistema político democrático figuran condiciones que sirven para moderar la intensidad de la lucha partidista. Sin embargo, la existencia de un estado de conflicto moderado es un aspecto intrínseco en todo sistema democrático legítimo.

En la Modernidad surgieron tres problemas principales en los estados occidentales europeos.

El primero fue la cuestión religiosa, esto es, el debate sobre el lugar que debía ocupar la Iglesia y la existencia de diversas religiones dentro de una misma comunidad. El segundo fue el de la admisión de los estratos más bajos, en especial los obreros, a la condición de ciudadanos, el sufragio universal y del derecho a la negociación colectiva. El tercero fue la lucha constante en la distribución de la renta nacional.

1) La cuestión religiosa, el lugar de las iglesias en la sociedad, se afrontó y resolvió en la mayoría de naciones protestantes en los siglos XVIII y XIX y dejó de ser cuestión grave. Es en los países católicos de Europa en los que se observa una mayor tendencia a la lucha entre fuerzas clericales y anticlericales, provocado por la Revolución Francesa.

Así hasta hoy. En Francia, Italia, España y Austria ser católico supone ser aliado de grupos derechistas o conservadores en política. Mientras que ser anticlerical o partidario de una religión más minoritaria ha significado, en general, una alianza con la izquierda.

2) La cuestión de la ampliación de la ciudadanía, de la igualdad política, se ha resuelto de diferentes formas. En EEUU o Gran Bretaña se otorgó ciudadanía plena a la clase obrera a principios o mediados del siglo XIX. En otros países (Suecia) la lucha por la ciudadanía, dada la represión, se unió al socialismo como movimiento político.

Donde se negaron los derechos civiles, económicos y políticos a los trabajadores, su lucha por la distribución de la renta se vinculó a una ideología revolucionaria. Donde la lucha económica se desarrolló fuera de este marco, la ideología tendió a ser el reformismo gradualista.

Que no se otorgase la ciudadanía facilitó el mantenimiento del marxismo revolucionario en partes de Alemania pero en otras partes donde se otorgaron antes derechos civiles plenos (fines siglo XIX) lo que predominó fue el socialismo reformista, democrático y no revolucionario.

Extremismo y democracia

Una democracia estable exige una tensión relativamente moderada entre las fuerzas políticas contendientes. Y la capacidad del sistema para resolver las cuestiones clave que dividen a los individuos antes de que surjan otras nuevas facilita la moderación política.

El sistema democrático se debilita en la medida en que las divisiones de religión, ciudadanía y “negociación colectiva” se acumulen y se refuercen estimulando la hostilidad partidista.

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Cuanto más correlacionadas y reforzadas se encuentren estas fuentes de división menos probable se hace la tolerancia política. Del mismo modo, cuanto mayor sea el aislamiento de individuos y grupos sociales a estímulos políticos heterogéneos, más se “amontonarán” estos factores de fondo (religión, ciudadanía, renta) en una única dirección y  más probable es que aparezca una postura extremista.

Lipset pone el ejemplo de los trabajadores en industrias aisladas como mineros, marineros, pescadores, madereros, pastores o estibadores que tienden a prestar un apoyo abrumador a las tendencias más izquierdistas.

El factor que crea el aislamiento son las exigencias del trabajo, que obligan a los obreros de estas industrias a vivir en comunidades habitadas por otros de la misma ocupación. Este aislamiento parece, además, reducir las presiones sobre estos trabajadores para que sean tolerantes con otros puntos de vista.

Como norma general, no sólo en el mundo laboral, también, por ejemplo, en el religioso Lipset establece la norma de que los individuos menos cosmopolitas (los más aislados) de cada tendencia política o estrato social son los que también suelen aceptar con mayor facilidad el extremismo.

Los partidos que expresan cuestiones no resueltas y acumuladas buscarán aislar a sus seguidores de los estímulos contrarios, procurarán impedir que se expongan al “error” y el aislamiento de grupos e individuos fortalecerá las tendencias intolerantes del sistema de partidos políticos.

Referencias

– Lipset, S. M. (2001 v. o 1959): “Algunos requisitos sociales para la democracia: desarrollo económico y legitimidad política” en Batlle, A. (2001): Diez textos básicos de ciencia política. Barcelona. Ariel.

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