El parlamentarismo (Manin)

Imagen de portada: «Escena del Congreso de los Diputados» Siglo XIX. Eugenio Lucas. Imagen de dominio público obtenida de Wikimedia Commons

Por Antón R. Castromil / Contacto

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¡Ojo! El siguiente texto puede contener extractos literales de la obra de Bernad Manin. Queda citada por adelantado la obra de la que procede: Los principios del gobierno representativo. En esta web estamos en contra de la piratería y de la citación anónima.

Antes del advenimiento de la denominada sociedad de masas (finales S. XIX, principios S. XX), la política era bien diferente a como lo es en la actualidad.

Estamos ante un tipo de sociedad en el que el concepto de ciudadano estaba extraordinariamente restringido. Los derechos políticos irán progresivamente ampliándose hasta alcanzar a la totalidad de la ciudadanía.

En este contexto de democracia censitaria (por cuestiones como la propiedad o la educación) la elección se concibe como un medio para situar en el gobierno a personas que gozaban de la confianza de sus conciudadanos.

En los orígenes del gobierno representativo, la confianza derivaba de la red de conexiones locales del representante.

Y es que en este primigenio parlamentarismo (siglo XIX) la confianza tiene un carácter esencialmente personal. Es mediante la individualidad como los candidatos inspiran confianza y no tanto a través de otros representantes o de los partidos políticos.

En el parlamentarismo el representante mantiene una relación directa con su circunscripción, mantiene contactos frecuentes con sus electores.

¿Y de qué deriva la confianza en el representante? Del hecho de que representante y representados pertenecen a la misma comunidad en términos geográficos (pueblo, ciudad, condado) o de intereses (comerciales, industriales…)

La competencia política, por lo tanto, no está en la base de esta confianza entre representante y representado sino que es más bien un vínculo espontáneo como resultado de vínculos e interacciones locales.

Imagen de Goumbik libre de derechos

Gobierno de notables

Los representantes aquí son los notables de la comarca. El gobierno representativo se inicia, por lo tanto, con el gobierno de los notables.

Estos representantes gozan de una relativa autonomía. Son libres de votar de acuerdo con su propia conciencia y juicio personal.

No forma parte de las labores de los notables en el primigenio parlamentarismo transmitir una voluntad política ya formada fuera de los muros del parlamente (por la acción de ideologías o disciplinas de partido, por ejemplo).

El representante aquí no es portavoz de sus electores sino un fideicomisario, tal y como describe Edmund Burke (1729-1797) en su célebre “Discurso a los electores de Bristol”.

Es el representante el que decide su voto por convicciones privadas y no por compromisos hechos fuera del parlamento, como sucederá en evoluciones posteriores del sistema representativo.

La independencia de cada representante obedece en parte a que el escaño se obtiene por factores no políticos (ideología, partido, clase social), principalmente y como hemos visto ya, por su propia reputación local.

En este contexto, la expresión de la opinión pública difería de la elección de los representantes. En el primigenio parlamentarismo entiende que si las elecciones seleccionan a individuos por la confianza personal que inspiran, las opiniones de la ciudadanía sobre políticas y asuntos públicos deberían encontrar otra vía para manifestarse.

De hecho, las mayores manifestaciones populares (si así se pueden definir) surgen mediante movimientos extraparlamentarios como el cartismo.

En el primigenio parlamentarismo la libertad de opinión pública incrementa la posibilidad de que se abra una brecha entre la opinión pública y el parlamento.

Ha habido autores que han definido esta situación como aquella en la que la voz de las masas fuera del parlamento expresa preocupaciones no compartidas por nadie de dentro de él.

Este estado de la democracia representativa parece indicar una cierta relación entre la libertad de opinión pública y ciertos riesgos para el orden público. Cuando las masas están presentes en las calles y se enfrentan al parlamento, el riesgo de desórdenes y violencia es evidente.

Deliberación política

Como los representantes no están atados a los deseos de aquellos que los eligen, de su electorado, el parlamento se transforma en un órgano deliberador, un lugar en el que los individuos forman sus opiniones mediante la discusión y en el que se llega al consentimiento de la mayoría mediante el intercambio de argumentos.

La discusión, el debate, puede terminar en un acuerdo final. Existe la posibilidad de que los parlamentarios cambien de opinión durante los debates.

Precisamente con el fin de permitir la deliberación en el parlamento, los representantes no están atados a los deseos de sus circunscripciones.

Durante la primera mitad del siglo XIX se pensaba en Inglaterra que los parlamentarios debían votar según las conclusiones a las que hubiesen llegado tras el debate parlamentario.

En este contexto se entiende que la labor de los medios de comunicación en cuanto vaso comunicante entre el elector y el representante gozase de una relevancia política muy residual.

Referencias

– Manin, B. (1998): Los principios del gobierno representativo. Madrid. Alianza.

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