Esta semana el suplemento dominical del diario El País llevaba a su primera página un extenso reportaje sobre el deplorable estado del Mar Menor, fruto de los excesos en el urbanismo y ciertos tipos de agricultura. Me quedo con lo positivo. Creo que estamos aprendiendo de los errores y ahora somos algo mejores…
El País Semanal abría su edición de este domingo 23 de febrero con un reportaje sobre el Mar Menor. Puedes acceder a él aquí.
Para quién no lo sepa -el blog lo lee gente de fuera de España- el denominado Mar Menor es una laguna de agua salada situada en Murcia. Esta albufera está separada del Mediterráneo por una franja de arena de 22 kilómetros de extensión.
Es una línea de tierra muy delgadita, de entre 100 y 1.200 metros de ancho, según datos de la Wikipedia, que ha sido extensamente edificada, aprovechando el boom turístico de finales del franquismo, pero también de los primeros años tras la restauración de la democracia.
Echad un ojo a las siguientes fotos para que entendáis lo que os cuento. En la primera de ellas se puede ver, a vista de pájaro, la laguna y la franja de tierra a la que nos referimos. En la segunda, además, se aprecia la urbanización salvaje de la zona. En la tercera, los efectos de la contaminación: la muerte de peces.
En el reportaje de El País, pero también en otros de eldiario.es y de 20minutos.es, por poner sólo algunos ejemplos, se indaga sobre los motivos de la situación. Se pueden resumir en dos: el impacto negativo de los productos agrícolas utilizados en la huerta murciana durante décadas y la urbanización descontrolada de la zona.
Muchos hablan de los efectos de la cultura del pelotazo: urbanismo y agricultura de regadío intensiva. Esto es, enriquecerse a toda costa y a costa de todo.
Si queréis indagar en las causas de la degradación de la zona, os remito a los reportajes de los enlaces de más arriba. Yo aquí voy a intentar aportar algo de esperanza.
Pero no por buenismo político-social. Realmente lo creo.
La información científica y periodística que vamos recibiendo sobre los efectos en el medio ambiente de ciertas prácticas humanas está calando en la gente.
Al menos eso es lo que percibo en el ambiente que me rodea: en algunos medios de comunicación y, por consiguiente, en buena parte de la opinión pública (española y mundial, ojo). Pero no sólo.
También en el colegio de mis niños, que siempre están haciendo actividades sobre cómo “salvar el planeta”. En mis círculos de amigos, que van variando rutinas hacia modos de vida más sostenibles. En mi familia, hace sólo unos años ajena totalmente a la preocupación medioambiental.
El ejemplo murciano, como muchos otros que llaman poderosamente la atención, nos escupen a la cara una realidad apremiante: el medio ambiente merece un respeto. Y su equilibrio es frágil.
Por supuesto, no faltan los negacionistas. En la última cumbre del clima celebrada en Madrid en diciembre pasado -la COP25– muchos medios de comunicación españoles negaron la mayor y tacharon a los activistas de exagerados izquierdistas.
El acoso y derribo a Greta Thunberg sólo fue un ejemplo de lo que algunos son capaces de hacer. Y el maltrato de Madrid Central por el actual alcalde de Madrid, también.
Pero yo creo que la batalla la tienen perdida. Existe todo un flujo de opinión de base (desde la sociedad, solidificada por la educación y la evidencia científica) que hace irremediable el cambio. Por mucho que las fuerzas conservadoras se movilicen.
El cambio hacia un comportamiento más respetuoso con el medio ambiente está en marcha y es imparable. Por eso creo que los excesos de Murcia (o del Mar de Aral) nos hacen mejores.
¡Salud y ciencia!
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