La fea política (IV)

Por Antón R. Castromil / Correo electrónico / @Twitter

Que los políticos tengan restringida su permanencia en el poder suele considerarse una buena forma de mantenerlos a raya. De impedir que se apoltronen en el cargo, que caigan en la tentación de echar mano a los dineros públicos o que hagan del acceso al poder su único objetivo.

Es decir, podríamos considerar que la limitación legal de mandatos actuaría sobre las tres cuestiones que llevamos analizadas en esta serie de posts sobre desafección política:

1) La profesionalización de la política (La fea política I)

2) La corrupción de muchos políticos (La fea política II)

3) La lucha por el poder (La fea política III)

Además, la imposibilidad de permanecer en el cargo después de cierto tiempo, es una de las principales características del sistema político norteamericano. Y ya se sabe el poder de influencia que tiene todo lo que del otro lado del charco proviene.

La industria cultural norteamericana nos inunda de películas, series de televisión o coberturas informativas sobre este tipo de peculiaridad del sistema yanqui. Y la tentación de trasladarlo sin más a nuestra realidad siempre está ahí.

Con sentido del humor, el ex presidente Bill Clinton (1993-2001), expresa la sensación que experimenta un presidente norteamericano al final de su segunda legislatura, cuando ya no puede optar a la reelección. Es como un juguete roto con el que nadie quiere ya jugar.

Bromas aparte, la pregunta que nos planteamos aquí es: ¿Contribuiría la limitación de mandatos al restablecimiento de una mayor estima por la actividad representativa?

Mi respuesta es que no. Que más que solucionar las cosas, crea nuevos conflictos que no siempre se sopesan con el detenimiento que merecen.

El voto como control

El principal elemento en contra de la limitación es para mí el hecho de que introduce un cortocircuito al denominado voto como control.

En el siguiente enlace de la Unidad Docente sobre Teoría Política tenéis una explicación detallada. Aquí os resumiré algunas cuestiones.

Si la limitación alcanzase régimen legal y nuestros representantes no pudiesen optar a la reelección, el ciudadano no podría evaluar de forma conveniente la gestión política.

Lo ideal en toda democracia es que nosotros, los votantes, podamos, a través del ejercicio periódico del voto, decidir la suerte de nuestros representantes. Superado el período de poder delegado (en España, cuatro años) los políticos deben comparecer ante nosotros.

Y nosotros decidiremos si la confianza depositada merece ser renovada o si, por el contrario, lo mejor es retirársela y otorgársela a otro candidato. Vender cara nuestra piel.

La teoría racional del voto nos indica precisamente esto cuando habla del voto retrospectivo. Es decir, aquel que llevan a cabo los votantes cuando toman su decisión teniendo en cuenta una legislatura terminada.

El voto como control opera con una base sólida. No tiene en cuenta las promesas de la campaña (voto prospectivo) o cuestiones como la clase social o la ideología. Se nutre de la gestión pasada. Para ser más exactos, de la evaluación que se hace de tal gestión.

Si se percibe satisfactoria se optará por la reelección y si es de signo contrario por la expulsión.

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Este tipo de recorrido evaluativo, si es utilizado por una parte importante del electorado hará a nuestros representantes mejores servidores públicos.

¿Cómo? ¿Por qué?

Muy sencillo. Los que nos gobiernan anticiparán este tipo de comportamiento electoral y se esforzarán porque nuestras evaluaciones sean positivas. Tendrán incentivos para hacerlo mejor.

¿Pero qué sucede si la permanencia en el cargo no está permitida? Pues que este círculo virtuoso del que hablamos se rompe. Los representantes carecerán de los estímulos antes señalados y el poder de los ciudadanos para influir en sus representantes disminuirá.

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Imagen de Freddie Alequin bajo licencia CC

Una importante reflexión

La cosa es compleja. Puede que los mecanismos que señalo aquí se cumplan o no. Pero, al menos, deben hacernos plantear las reformas políticas sopesando siempre sus pros y sus contras. Iniciar un debate, vamos.

Me da la sensación de que, en general, en la ciudadanía se asiente acríticamente en que siempre y bajo cualquier circunstancia limitar los mandatos de los representantes es positivo. Como estamos viendo, puede no serlo.

Pensémoslo bien, entonces.

Para saber más os recomiendo dos grandes clásicos, de obligada lectura para todo aquel lector interesados en estos temas:

– Downs, A. (1957): “Teoría económica de la acción política en una democracia” en Batlle, A. (ed) (2001): Diez textos clásicos de ciencia política. Barcelona. Ariel

– Przeworski, A. Stokes, S. y Manin, B. (1999) (Eds.): Democracy, Accountability and Representation. Cambridge. Cambridge University Press.

Y, por supuesto, echad un vistazo a nuestra sección de ciencia política donde hay artículos de temática muy similar a este post.


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La serie completa de «La fea política» tiene tres entradas anteriores, échales un ojo: 1, 2 y 3.

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Imagen de portada de Javi bajo licencia CC

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