Repetir curso

Mi niñita tiene seis años. Y de pronto descubre –descubrimos– que puede repetir curso si no aprende rápidamente a leer, a sumar, a pasar de niñita a niña de golpe y porrazo. Así, sin avisar. Como a traición. Los juegos se transforman en exámenes día sí y día también. El camino al colegio, las mañanas con los compañeros, el trato amable con la profesora… todo cambia. Los números mandan…

Pero mi niñita sigue a lo suyo. Juegos y más juegos, mirada inocente hacia una vida que, sin embargo, ya le exige. Y mucho. Pero mi niñita sigue a lo suyo. En casa nos preocupamos, claro. No está preparada para repetir curso.

No está preparada para, si repite, que la separen de sus amigos, de su entorno conocido. No sabe lo que le espera. La estigmatización del repetidor. Las risas en el patio del colegio. ¡Qué burra eres! ¡Has repetido! ¡Has sacado un 3 en lengua en vez de un 8, como yo!

Os contaré una anécdota. Mi niñita tuvo su primer examen hace sólo unas semanas. Ella, contenta y feliz de la vida, fue la primera de la clase en entregar el ejercicio a la profesora. Pensaba que se trataba de eso. Que, como en el “pilla pilla” del recreo, gana el que más corre. Lo hizo fatal. Suspendió. Sus malas notas fueron escritas en su libreta, para que nosotros lo supiéramos. Sacó un 3, creo. ¿Qué tal te salió el examen?, le pregunté. Muy bien, me dijo, terminé la primera. Lo he hecho perfecto. Estaba orgullosa.

De repente, el colegio nos exige otra cosa. Que, todos juntos, padres y escuela, rompamos su mentalidad de niñita, que crezca a base de hostias. Que luche por un 5, un 6, un 7 o más arriba. Todo lo arriba que se pueda. De escalar se trata. No vaya a ser que las libretas de sus compañeros superen el 5 y ella no. Y, sobre todo, que no entregue el examen la primera. Que se dé cuenta que el “pilla pilla” es una tontería. Un juego de niñitos que conviene dejar de lado.

Imagen de aamiraimer libre de derechos

Y los papás también. Mi niña ya lee, mi niña ya suma. ¿Y la tuya? ¿Sigue siendo una niñita o ya es una niña? ¿Sigue con el “pilla pilla”? ¿Ya baila ballet como Plisétskaya, hace teatro como una profesional, lee el Quijote, habla inglés fluido? Yo, me dicen, no le dejo ver jamás la televisión. Bueno, sólo un ratito los fines de semana. ¿Sabes? Los dibujos animados son como caries en los dientes. Continúan: Mi niña tiene tropecientas actividades extraescolares en la que es la mejor, se va a un campamento de inglés que la hará bilingüe, toca el violonchelo como una virtuosa, juega al ajedrez mejor que Bobby Fischer. Tremendo.

Y yo miro a mi Martita a los ojos, y la veo jodidamente ausente. Ella quiere ver los dibujos (obsesionada anda con Mía), divertirse en ballet jugando a dar piruetas sin sentido, salir al escenario del teatro a hacer un poco el ganso, usar el inglés sólo para tararear su canción favorita de Los Descendientes, tener una puñetera tarde libre de actividades extra escolares para dedicársela a los Pin y Pon, jugar al ajedrez sólo para divertirse. Sí, lo oyen bien, por pura diversión. No quiere ser la primera.

Pero el colegio y el ambiente que le rodea le dicen que eso está mal. Que hay que cambiar. Mi Martita puede que sea todavía una niñita, pero no es tonta. Comienza a notar la presión. Nosotros, preocupados, también la presionamos. Tenemos miedo por ella. De pronto, descubro que en la maleta para ir a Galicia a pasar las Navidades se cuela el libro de Lengua. Como un polizón impertinente. Tiene que «repasar». No vaya a ser que repita curso.

Mi niñita se está yendo. O, más bien, me la están arrebatando demasiado pronto.

¡Salud y ciencia!


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