Populismo y democracia

La palabra populismo se he convertido en un insulto. ¡Vaya propuesta más populista! ¡Ese partido o candidato es un populista! Sin embargo, desde este humilde blog vamos a defender dos cuestiones algo polémicas: Que el populismo es algo inherente al espíritu democrático y que no debería ser algo peyorativo. ¿Quieres conocer nuestros argumentos? ¡Sigue leyendo!

Para defender que el populismo no podría existir fuera de la democracia y que deberíamos utilizarlo en un sentido neutro debemos recurrir a la filosofía política.

Nuestros sistemas democráticos actuales no son democráticos. Esto siempre lo digo en clase y en muchas de mis conferencias. La gente se sorprende mucho. Pero es algo que ya aseguraba Aristóteles hace más de dos mil años.

Las democracias que utilizan la fórmula de la elección (frente a la alternativa del sorteo) son, en realidad, un sistema de gobierno mixto. Con una parte democrática: los que gobiernan lo hacen porque han sido elegidos por la mayoría de los votantes.

Pero también aristocrática: no nos gobernamos a nosotros mismos, sino que lo hacemos a través de unos señores. Estas personas se presentan a las elecciones, reciben nuestros votos y llevan a cabo un programa de gobierno.

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En fin: no nos autogobernamos. O, si se quiere, nos autogobernamos eligiendo a otros para que gobiernen. Es decir, el representante es distinto del representado.

Las miserias de la democracia representativa

Pues bien, estos dos elementos típicos de nuestras democracias representativas, el principio de la distinción (representante y representado no son lo mismo) y el principio del consentimiento (mediante el voto en unas elecciones el representado da legitimidad al representante) generan descontento.

Muchos ciudadanos, desde que el sufragio se amplió al 100% de la población adulta, han querido participar de manera más activa en la vida política de su comunidad. El principio de representación, sin embargo, les restringe tal posibilidad de manera bastante notable.

Es decir, la democracia representativa es un sistema de gobierno mixto que exige más bien poco a los ciudadanos. Simplemente que participe en unas elecciones. Que vote a los que van a gobernarle y, después, que se retire a su vida privada. No hace falta que esté pendiente del día a día de la actividad política.

Los gobernantes serán los que, de manera profesional, van a dedicarse a la gestión política entre elecciones.

Por supuesto, pasado el tiempo de delegación del poder (cuatro años en España) los ciudadanos vuelven a intervenir de manera decisiva en el sistema. Reeligen o deponen a los gobernantes. Y vuelta a empezar: Ya pueden volver a su vida cotidiana y dejar lo político para los políticos profesionales. Zapatero a sus zatatos, que suele decirse.

La reacción populista

Pues bien, a mí me da la sensación que el denominado populismo (aquí utilizamos el término de manera absolutamente neutra) intenta poner un parche a este déficit de implicación ciudadana en los asuntos públicos que caracteriza al sistema representativo.

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El populismo se caracteriza, entre otras cosas, por su especial inclinación a tratar el concepto de pueblo. De ahí su nombre, claro. De hecho, su gran anhelo es una construcción potente de la categoría de pueblo.

Aquí las fórmulas son bien distintas. Para el populismo progresista o de izquierdas el pueblo son los trabajadores, la gente “común”, la gente “normal” frente a las elites económicas, los bancos y la vieja política distante.

Para el populismo conservador o de derechas el pueblo son los nacionales frente a los inmigrantes invasores y depredadores de los valores y del sistema de bienestar de esos nacionales.

Sea cuál sea el concepto de pueblo que se tenga, el populismo intenta que su conexión con el gobierno se vuelva más real o auténtica. Es decir, que la política representativa deje de estar tan desconectada con el ciudadano común para hacer de él su eje vertebrador.

Por supuesto, este objetivo puede o no conseguirse y terminar pervertido o manifestarse sólo en el plano retórico. Habría que analizar cada caso en concreto.

Populismo y democracia

Por este motivo, creo que el populismo es un fenómeno típicamente democrático. Constituye una crítica a esta característica de régimen mixto que poseen las democracias representativas que acabamos de comentar.

Y supone también una crítica al alejamiento del día a día de la actividad política que proponen nuestros sistemas de gobierno.

Otra cosa es que un determinado régimen o partido populista derive hacia posiciones autoritarias. Pero no creo que el autoritarismo sea algo inherente al populismo, más bien al contrario.

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El populismo pretende una vuelta a la esencia de la soberanía popular, recordándole al representante que está ahí por mandato de otros. Y que esos otros son más importantes que él.

En la representación política el populismo opta por primar la dependencia del representante para con sus representados. Y desarrolla también una profunda desconfianza a la independencia y discrecionalidad de acción que el sistema democrático pone a disposición de los representantes.

¿Es posible una reforma populista?

Lo que sucede es que los líderes populistas saben que sus propuestas no pretenden trascender el sistema representativo (mediante un cambio a algún tipo de democracia más directa) sino en reformarlo.

Pero reformar la democracia representativa en cuestiones tan sustanciales como el principio de distinción y de consentimiento no resulta fácil. Y sí, por el contrario, parece sencillo que estos políticos y partidos terminen, por lo imposible de sus pretensiones, convertidos en caricaturas de sí mismos.

O transformados en simples partidos sistémicos de izquierda o de derecha, olvidando sus propuestas típicamente populistas.

Como os digo, habrá que seguir de cerca cada caso… No es lo mismo el caso español que el francés, italiano o venezolano, por citar algunos ejemplos.

¿Tú que opinas? El tema da para una buena charla, de eso seguro que estás de acuerdo conmigo.

Sea como fuere: ¡¡¡Salud y ciencia!!!


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